Era el entierro de un querido pariente.
Me mandaron al cementerio a cerciorarme que hubiera un sacerdote para hacer el responso en el entierro.
Llego al cementerio y pregunto:
- Vengo por el entierro de NN.
- Sí, es a las 6.
- Quería saber si va a estar el capellán o algún sacerdote para el responso.
- ¡Por supuesto! ¡¿Cómo no va a estar el sacerdote?!
Ante tanta contundencia me retiré confiado.
A las 18 llega el cajón. Una obesa, vestida de amarillo y con cara de funcionaria pública en funciones, cuadernito en una mano y botellita de plástico (con agua bendita) en otra, comenzó con el responso. Y siguió hasta el último adiós con oraciones y bendiciones (tirando agua bendita sobre el cajón)....
Pobre el difunto, pobres nosotros.
De lo más patético que me ha tocado ver.
Natalio